

2017
DESMALEZA II
Técnica mixta sobre tela.
Un relámpago silencioso de luz lacerante parece inmovilizar el instante para revelar la palpitante existencia secreta de una foresta abisal, hundida y al acecho en la espesa profundidad ilusoria de un arquetípico estanque. Es la primera, magnética impresión que causan los misteriosos dibujos de Mónica Rojas, un crepitar de orgánicas vibraciones texturadas que se agrupan en miríadas de líquenes óseos, y refulgen como luciérnagas en una ilimitada caja nocturnal de recóndita negrura placentaria.
La propia autora confiesa que está indescifrable morfología es metáfora, o elíptica premonición, de las catástrofes físicas de este mundo y no de otro, que su preocupación es el desastre ecológico y la depredación ambiental, y que incluso ha apelado a la veracidad documental de la fotografía como materia prima. Sin embargo, y a pesar de su notoria toma de posición, de su declaración de principios, aquí todo es incógnita, alucinación y ensueño; Rojas se deja llevar al grado más alto de artificio que le permite la imaginación constructiva, sorteando las tentaciones contenidistas en una espectacular arquitectura de ambigua ontología, donde nadie, ni siquiera ella, sabe a qué orden, a qué razón o especie pertenecen estas anfibias excrecencias.
Quizás sean alusiones retóricas a un universo mixto, eventualmente natural, mineral, vegetal: un dejo de yacimiento arqueológico incrustado en las capas más ocluidas de la conciencia; quizás se trata simplemente de los incontables embelecos ópticos surgidos del devenir autónomo de una línea que, en hedonista tautología, sólo registra eso que únicamente puede ser nombrado en líneas y sin palabras; quizás sean versiones antojadizas de un hipotético vergel, cámara de resonancia para una melancólica antología de plumajes botánicos, espumas rocosas, cardúmenes abstractos investidos de orquestales fungosidades.
Perfectamente permeable a cualquier conjetura, Rojas es la albacea semántica que conduce al espectador por los pantanosos meandros de un carbonizado jardín de invierno, donde preserva los remezones de temblores poéticos antiguos y futuros en espinosos cuerpos de brotes infinitos y floraciones descompuestas. Son los ciegos retablos de un imperio subterráneo que ella percibe cargado de presagios y bajo amenaza de extinción; un monumento quebradizo y provisorio cuya sobreviviente estatura final quedará, por ahora, entre paréntesis, encendiéndose apenas en restos de brillo, meras cáscaras de reflejos en la luminosidad enfermiza de un fantasmático neón.
La artista entreteje las minuciosas erupciones y encajes de estas cavernosas estructuras con un inmaculado equilibrio de las proporciones, entrelazamientos y evoluciones de sus millonésimos trazos, y es capaz de hacerlo con la misma, virtuosa integridad técnica sobre superficies que, aunque afines, son esencialmente disímiles como el papel, el lienzo y la lona. La infatigable soltura y el hermético lirismo que emanan de sus dibujos suman sutileza y fluidez a la eficacia de un sistema de dimensiones casi operísticas, con una Mónica Rojas convertida en la cronista gráfica de la expedición unipersonal a un imposible planeta subacuático, reconstruido en la ornamental ficción de sus fabulosos dioramas.
Eduardo Stupia, marzo 2019.













